El sistema nervioso también escucha al viento. Se calma con el mar, la roca y con el murmullo de lo vivo.
- Loida Exposito
- 17 may
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Somos naturaleza de millones de años. Antes de hablar, antes de escribir, ya sabíamos tocarnos para calmarnos. La piel supo antes que el lenguaje. Nuestro corazón aprende a latir al ritmo de otro desde el vientre. La corregulación, ese arte antiguo de equilibrarnos mutuamente, no es solo humana: es más que humana.
Los árboles también se comunican entre ellos, enviando señales químicas por raíces entrelazadas con hongos, en una danza silenciosa de cuidado mutuo. Un bosque entero respira como un solo cuerpo. Así también nosotros: cuando respiramos juntos, cuando sincronizamos miradas, cuando alguien nos abraza con presencia, el sistema nervioso se aquieta.
No lo hacemos solos. Nunca lo hicimos.
Vivimos en simbiosis. Con el aire, con el agua, con los otros seres que no necesitan palabras para cuidarnos. El musgo que suaviza la roca, la abeja que roza la flor, el sol que calienta la tierra húmeda. Nuestra biología está hecha para vincularse, para reflejar y ser reflejados.
En un mundo que insiste en la autosuficiencia, recordar que estamos tejidos en una red de vida que nos regula y nos sostiene, es un acto de rebelión y de verdad.
Porque sanar, en realidad, nunca fue una tarea solitaria.
Es volver a pertenecer.
Enseñanzas de la ecosomática
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